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Angela Esteban

PETITA ESTEL

Somos Lluís y María, los padres de la ESTEL y de tres estrellas más.

Los inicios nunca son fáciles Nuestra historia comenzó hace unos cuantos años y cuando la amistad se convirtió en amor, nos casamos. Después de una boda, siempre viene la pregunta: ¿y cuando tendréis hijos? Pues cuando decidimos formar una familia pensábamos que sería un pim pam y tendríamos un regalo al instante. Pero no fue así. Necesitamos ayuda. Dos años más tarde llegó la buena noticia, pero duró pocas semanas. Empezábamos a perder nuestro primer regalo. Sin casi darnos cuenta dejábamos de ser tres y poníamos una estrellita en el cielo. Aquella pregunta se repetía, pero nosotros en silencio guardábamos nuestro secreto. "Todavía no, decíamos". ¡Quién supiera lo que pasábamos!

Cuando la buena nueva llega Cuando supimos que volvíamos a estar embarazados, diez meses más tarde, pensábamos en todas las maravillas de lo que conlleva formar una familia. Soñábamos en los tres, como cambiaría mi cuerpo a lo largo de los meses, en lo que haríamos, cómo sería la lactancia, dónde iríamos, a qué jugaríamos,... Y por fin llega la primera ecografía, ¡sorpresa! ¡No seríamos tres! ¡Sino cuatro! pasaban las semanas y pensábamos que todo sería alegría, todo sería ilusión, entonces los sueños eran sobre cómo lo haríamos con dos pequeños o pequeñas en casa, deberíamos comprar cochecito doble, dos moisés, el doble de pañales, que ingenuos éramos!

Cuando las cosas se complican En la semana 8 empezaron las pérdidas. Miedo. ¿Qué nos está pasando? ¡No. Otra vez no, por favor! Pero ciertamente, un embrioncito no seguía adelante. Poníamos nuestra segunda estrellita de nuestra vida en el cielo. Lo que había empezado en un sueño empezaba a convertirse en una pesadilla porque pocas semanas más tarde comenzamos una lucha contra mi salud. Una infección en la sangre me estaba atacando. Tenía que luchar día a día contra unas bacterias ya la vez luchar con y para aquel embrioncito que aun restaba en mi vientre. Aún no sabíamos si era niño o niña pero nuestro amor por él o ella cada día era más fuerte. Empezábamos a amarlo, a amarla. En mi interior no latía un corazón, sino dos, y saber que así seguía cada semana en las revisiones constantes, me daba esperanzas y fuerzas para salir adelante.

Inicio de un final Cada ecografía era un regalo para papi y para mí, pero sólo hasta la semana 17. Aquello era el inicio de un final. El mismo día que descubríamos que llevábamos una niña sabíamos que estaba enferma. Muy enferma. El miedo se apoderó de nosotros. Habíamos luchado hasta el alma para salir adelante pero el destino decidió que nuestra niña tuviera un final que nunca hubiéramos deseado. Esperábamos vida, ella era vida, mientras estaba dentro de mi le daba mi vida. Durante semanas vivía por ella y ella vivía por mí. Entre las dos lo hacíamos todo, sin olvidar al papi. Una gran persona a nuestro lado que nos ha acompañado y ayudado desde el primer día. El desafiante pronóstico nos era superior a nosotros. Buscamos una segunda opinión, y una tercera. Pero nada cambiaba. Al contrario, cada semana nuestra ESTEL estaba más débil. Una miserable ley que no entiende de sentimientos solamente nos dejó disfrutar de ella hasta la semana 22. Aquellas semanas fueron un descontrol emocional, los tres pasamos momentos de alegría, tristeza, rabia, pena, desconcierto, angustia, miedo,... todo era una maraña dentro nuestro, pero ESTEL aguantó hasta el último momento. Le hicimos un bonito homenaje llevándola a los lugares más bonitos que resumían nuestra historia.

Nos pudimos despedir como necesitábamos. Los tres juntos. Durante los últimos siete días no nos separamos ni un momento. Sabíamos que nuestro final era inminente. Pronto pondríamos nuestra tercera estrellita en el cielo.

3 días, 1 infierno: IMPOTENCIA ANTE LA SENTENCIA Miércoles 24 de abril del 2019 (21+4 semanas de gestación) Entrábamos en la consulta de ginecología del Hospital Josep Trueta de Girona. Primera pregunta "milagrosa" de la doctora: "¿Cómo estás?" No sé qué pretendía saber la doctora con esta pregunta y yo no sabía qué responder. La doctora me pedía que ¿cómo me encontraba físicamente, emocionalmente o psicológicamente? La primera, Bien. No me dolía nada. La segunda, indecisa. La tercera, destrozada. Pero mi respuesta fue simplemente "vamos de haciendo", según yo, aunque no sé cómo estaba ESTEL ni cómo estaba el papi, él también forma parte de todo ello y a menudo NADIE pregunta por él. Así que la doctora podría interpretar CUALQUIER respuesta que para ella fuera válida. Un bonito gesto por su parte fue preguntarnos si queríamos hacernos una última ecografía. Obviamente dijimos que sí. Ver a ESTEL fue un regalo para nosotros, como lo era cada día que íbamos a hacer una eco. Creo que ella tan pequeña y linda sabía lo que estábamos a punto de empezar pocos minutos más tarde, así que en la eco nos quiso decir adiós con su pequeñita mano.

Era el mediodía, y tras la eco, comenzó la amargura. La enfermera auxiliar no dejaba de mirar el reloj, se le acababa el turno y tenía prisa por marcharse. Me puse a llorar desconsoladamente. No me podía creer que estuviera viviendo aquello. Pasó un rato, hasta que volví en sí, pero en aquella sala todos estaban mirándome y esperándome. La enfermera seguía mirando el reloj. Yo confusa, desconsolada y sobre todo en contra de mi voluntad tenía que tomar la última decisión y ya veía encima del mostrador un vaso de plástico con agua del grifo y una pastilla allí al lado. Todo preparado. Le dije a la doctora que no quería hacerlo. Pero sus ojos, su mirada me decían que debía hacerlo. Ella no verbalizaba nada pero lo decía todo. El papi estaba allí a mi lado. Callado y desconsolado por verme a mí así. Tampoco decía nada. La enfermera sólo miraba el reloj y a mí solo me daba la sensación de que me “metía prisa”. Le dije a la doctora que no tenía más remedio y que estaba de acuerdo (no sabía lo que me hacía). Lo hacíamos, lo hacía. Llevaba agua fresca de mi casa, sabía que la necesitaría. Antes pero, firmé los papeles. ¡Qué momento aquél! Parecía que estaba firmando mi sentencia de muerte. Ahora sí. Todo a punto y la enfermera me dio la pastilla. Abrí el sobrecito con las manos temblorosas, tanto que al momento de tomarme la pastilla me tiré al agua por encima. Pantalones mojados. Garganta cerrada. Estómago revuelto. El agua fresca sólo estaba por encima de mis pantalones y la pastilla quedó en la mano. Al final, no tenía más remedio que tomarme la pastilla con agua del grifo. Con la cara llena de lágrimas, el corazón roto y la pastilla empezando a hacer efecto, volvimos a casa. Ya lo habíamos hecho, ya lo había hecho. Ya había empezado todo. Mi mente no paraba de pedir perdón a ESTEL. ¡Me sentía tan cruel!

Viernes 26 de abril del 2019 (21+6 semanas de gestación) DESCONCIERTO. MIEDO. Habían pasado 36 horas aproximadamente des de que me tomé aquella pastilla, la mifepristona. A las siete y cuarto de la mañana ingresamos en la planta de maternidad del Hospital Josep Trueta de Girona. Un celador nos acompañó a nuestra habitación, en la puerta había un hermoso cartel con unas mariposas. Claramente nuestra ESTEL pronto volaría como aquellas mariposas que le daban la bienvenida. La enfermera nos recibió, me dio una bata y me miró las constantes. La doctora llegó un rato más tarde y volvió a preguntarme: ¿cómo estás? Deduzco que ya sabía la respuesta pero ya no podía hacerme atrás. Hacía unas horas habíamos comenzado un proceso, ahora lo teníamos que continuar y terminar. No había nada que negociar. Me hizo un tacto y me puso vía vaginal cuatro pastillas de misoprostol. Empezaron a hacer efecto y mientras tanto me ponían una vía y me hacían una analítica. Un rato más tarde llegó la psicóloga. Le conté que tenía miedo. Que tenía sentimiento de arrepentimiento. Intentó hacerme ver que eso que íbamos a hacer era un acto de amor, y que no debía sentir este arrepentimiento. Ella, muy bonita, me daba ánimos y fuerza. Parecía que de momento sólo sentía unos pequeños retortijones en mi barriga. El útero se empezaba a contraer o quizás era ESTEL que estaba empezando a sufrir sus efectos y me estaba avisando que no se encontraba bien, que le hacía daño. En silencio, en cada retortijón, le pedía perdón. Le decía que lo sentía y que yo no quería que se fuera de esa manera. La sentía a cada hora, hasta que al final la sentía cada minuto y cada segundo, ella no paraba, sus golpes me dolían, sus manos estaban en la parte derecha de mi vientre, las notaba. No entendía lo que me decía. Cada tres horas venía una enfermera y me daba vía oral más pastillas. Cada tres horas, dos pastillas más de golpe. Empecé a perder la cuenta de las pastillas que llevaba: ¿ocho? ¿diez? ¿doce?, quizá más. Cada vez el dolor era más fuerte, pasaron 12 horas hasta que llegaron las 8 de la tarde, la doctora me hizo un tacto, dilatación mínima pero me parecía que ya no podía aguantar más aquel dolor que me estaba matando, a mí y a ESTEL, cada vez más fuerte. El papi también estaba sufriendo. Mi dolor llegó a su corazón y éste cada vez se hacía más pequeño. Le faltaba el aire. Me abrazaba y lo abrazaba. Ambos teníamos miedo. Él no aguantaba verme así.

Sábado 27 de abril 2019 (22 semanas de gestación) ALEGRIA y TRISTEZA. HOLA y ADIÓS PEQUEÑITA ESTEL. Pasadas las doce de la noche pedimos la epidural. Nos bajaron a la sala de dilatación. Parecía que ahora con la anestesia podríamos descansar un rato, abrazados nos dormimos los "tres" en la misma cama. La noche era larga. El papi y yo nos íbamos despertando de vez en cuando, nos mirábamos un rato, llorábamos, y volvíamos a abrazarnos. Nos encontrábamos los "tres" bien apretados en la misma cama pero ESTEL ya no se hacía sentir, ¿dormía o ya se había ido? A primera hora de la mañana, hacia las seis, definitivamente pensé que ya la habíamos perdido. Llevábamos casi veinticuatro horas de parto desde que ingresamos el viernes por la mañana. A las ocho de la mañana volvió la doctora a hacerme un tacto. De nuevo, poca dilatación y deciden cambiar el procedimiento y empezar con dilatadores mecánicos.

Al cabo de un rato, un nuevo tacto y ya había dilatado dos dedos. Así que volvimos a empezar con las pastillas. Cuatro pastillas vaginales de golpe. Dolor horroroso. La epidural inexistente. Necesitaba empujar. Sentía que me hacía mis necesidades en la cama, todo encima. Me metí la mano en la vagina, la noté. Creía que era la cabecita de ESTEL. Llamé a la enfermera. Ella llamó a la doctora. Nuevo tacto y me confirmó que la cabecita de ESTEL estaba muy cerca.

Sólo media hora más tarde, necesitaba seguir empujar, empujar i empujar. En pocos minutos noté que su cabecita estaba aquí, la sentía, la volví a tocar con mis manos en la vagina, después de notar el aro de fuego, como una quemazón y después de varios pujos, en pocos minutos apareció ESTEL en medio de un baño de lágrimas. Pensando que ya no había vida, no quería que nadie la tocara pero la cogí y ella se movía, movía sus brazos, sus manos, su boquita, grité: ¡está viva! ¡está viva! Miré la cara de la ginecóloga, sus ojos se volvieron cristalinos, giró su mirada. El papi lloró, yo lloré. La abuela lloró. Me la puse aún con el cordón que nos unía, sobre mí, haciendo el piel con piel. Ella se movía. Estaba viva. Nos hacía el regalo que deseábamos, que tanto le había pedido: verla con vida,  solo me quedaba pedirle perdón por haberle hecho aquello, sobre todo decirle que no sufriera, que podía marcharse tranquila cuando ella quisiera, que estaríamos bien. Pedí a todo el equipo médico que nos dejara solos, necesitábamos estar íntimamente con ESTEL. Antes, sin embargo, sin yo darme cuenta le clamparon el cordón. A partir de este momento nuestro vínculo cada vez era más débil. Al cabo de unos segundos la doctora me dejó cortarle el cordón. Me la acerqué al pecho. Le intenté dar calor con mis manos y las del papi. ESTEL, dando sus primeros suspiros me cogió del cabello. Su instinto era más fuerte y más vivo de lo que pensábamos.

La abrigué, le hablé, la escuché, sentí el papi diciéndole lo guapa que era; él, enamorado de ambas, lloró. Dudábamos de nuestro llanto. Era de alegría por tenerla entre nosotros. Era de tristeza porque veíamos que ESTEL se estaba apagando. Pudimos bautizarla y confirmarla. ESTEL respondió al cura Sebastián. ESTEL respondió al agua bendita moviendo su cuerpo. Poco rato después, aproximadamente hacia las 11 dela mañana, hacía los últimos suspiros y su corazón se detuvo. Ya no sentíamos su latido. Ya no movía las manos. Ya no movía su boquita. Su cuerpo empezaba a enfriarse y por mucho que el papi y yo tratamos de calentarla ya no podíamos hacer nada más por ella. Sólo abrazarla y seguirla amando. Una enfermera comprobó que ya no había latido. ESTEL ahora ya fría, comenzaba a volar, libre y antes de irse para siempre le hicimos una bonita postal para el recuerdo: ESTEL SABATER SIMON, nacida a las 8:45, peso: 360gr y talla: 30cm. Estas fueron las huellas de los pies y manos. El calvario. Al cabo de un rato, me arrancaron la placenta que aún reposaba en mi vientre. Volví a sufrir y de un tirón, se la llevaron. Me quitaron la vía y me quisieron dar la pastilla para cortar la leche. La rechacé. Era lo único que me quedaba de mi hija. Nos miraron con mala cara, como si estuviéramos haciendo algo mal. El único consejo que me dieron fue que me pusiera sujetadores apretados para que no me subiera la leche. Tampoco lo hice. Finalmente nos subían en la habitación de las mariposas. Habían sido más de 25 horas de parto muy duras. Muy intensas en que ESTEL nos había dado una lección de vida.

El ahora Nuestra hija nació viva pero ahora el Hospital Trueta de Girona lo niega. Un relato que el hospital, resume como una expulsión de un feto sin vida. El hospital no quiere reconocer el pedazo de vida de ESTEL. Sólo pedimos la dignidad como padres, dignidad para ESTEL. Queremos que en la funeraria donde está enterrada nuestra hija, pueda poner su nombre y no feto de María, como está ahora. ¿Por qué el hospital no quiere decir la verdad? No lo entendemos, les explicamos que lo hagan por dignidad de unos padres, que lo han perdido todo, pero la respuesta es no. ¿Unos profesionales o un hospital pueden tener tan pocos sentimientos? ¿Nadie es padre o madre? ¿Dónde está la dignidad, donde está la sociedad de valores que tanto nos ha costado construir? El hospital nos reprocha que hacemos críticas destructivas, no se equivoquen, nosotros buscamos la dignidad de nuestra hija, ¿lo entienden? Quizás la dignidad humana no puede ser explicada con palabras, pero sabemos los condicionantes necesarios para que ésta no sea atacada: respeto, tolerancia, comprensión, paciencia... Nadie tiene derecho a considerar indigna a otra persona. Por si fuera poco doloroso, mostramos nuestro deseo para obtener la placenta, pero ésta ha sido destrozada y desmenuzada sin consentimiento dejándonos huérfanos de cualquier posible ritual en honor a nuestra hija ESTEL.

Nuestros rituales Tres días después del nacimiento de ESTEL pudimos comenzar un proceso que había soñado y que la situación no me consiguió sacar. Pido permiso a Olaya Rubio Vilchez porque me permite compartir sus palabras en memoria de su hijo Rubén y adaptarlas a mi hija Estel. “Gracias a ESTEL y a su existencia, de mis pechos empezó a brollar el calostro cargado de esperanza y alimento para mi alma, consuelo; además validó mi maternidad, nosotras dos de alguna manera seguíamos conectados y le hacíamos burla  a la muerte y al fin y al cabo, mi cuerpo siguió funcionando perfectamente. Así que empecé mi duelo, de la forma más humana y primitiva posible. Continuando con el proceso fisiológico después de un parto, la lactancia. Mi donación de la leche de ESTEL para el banco de leche ha sido mi primera herramienta para caminar, para mantenerme en pie, viva y activa. Por el este camino, también he caído, pero me he vuelto a levantar. Posiblemente volveré a caer, pero lucharé para los bebés que necesiten leche materna y que al menos ellos y ellas sigan adelante. Ellos y ellas son vidas, vidas con las cuales quiero colaborar de la mejor manera que pueda. Para ellos, para ellas y para ESTEL. Esta potente y natural herramienta me ha permitido no solo honorar mi hija, sino también satisfacer esta madre lactante que deseaba ser, los sueños, los proyectos, la familia y vida juntos, vida en que ESTEL nos enterraría y no nosotros a ella. Mucha magia inesperada nació de esta donación de leche. Las extracciones me han mantenido activa, y me he seguido cuidando igual que lo hubiera hecho por ESTEL, para bebés que no conozco, que aman la vida, el trabajo, el esfuerzo, una larga vida, sana y feliz.

Otros rituales han sido escribir, cantar, velar, ante un altar. Este altar es un espacio en casa que representa la vida de ESTEL. Allí reposan sus cosas: el único body que llevó, la postal del recuerdo, velas, el cuento que escribió papi, estrellas y mariposas y algunas fotos. ESTEL ya tenía su lugar en su casa. Su habitación ya empezaba a coger forma, nuestros deseos ya estaban pedidos así que con nuestro amor, son concedidos de la mejor forma posible.

Otros rituales que hemos hecho: jabones, postales, galletas, charlas... estan en nuestro blog, os invito a visitarlo: https://petitaestel.blogspot.com/





¡Gracias por leernos! Lluís, Maria y ESTEL

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