Ese día estaba en duelo, acababa de morir mi primera hija, no paraban de llegar mensajes al móvil, tú fuiste uno de ellos. Yo en la cama, no quería salir, me quería morir. Día tras día seguia sin fuerzas de contestar. Pero tú ya no volviste a escribir.
Un día, durante mis vacaciones, en un grupo que teníamos hice un pequeño chascarrillo de broma. Ni mucho menos estaba feliz, solo estaba iniciando mi duelo.
Tu seguias sin llamar, sin preguntar cómo estás, yo no tenía ganas de hacer nada, lo poco que hacía es porque me obligaban (lo cual agradezco). Salía sin rumbo, mi vida estaba distinta. Todo lo que tenia planeado se había destruido delante de mis ojos.
Y tú, esa amiga de toda la vida, esa que siempre dijo que estaría a mi lado, no estabas. Dos meses antes de mi fecha de parto se te ocurrió escribirme, para decirme que te buscaba para los malos momentos. Me dejaste aturdida y destrozada, como si un jarro de agua fría recorriera mi cuerpo. Y tú que estabas embarazada a punto de dar a luz. No podía creer que alguien en esa situación no entendiera lo que es perder un hijo.
Y no, tú no estuviste en mi peor momento, tú no acompañaste mi duelo. Otros si, me escucharon, hablan de Africa, la cuentan. Me preguntan en su cumpleaños. ¿Y tú consideras que estuviste?
Hoy aun sigo en duelo, aunque tenga otra hija, ella siempre será mi primera hija. Y todavia la lloro. Todavía quedan cosas por contar de ella, por superar.
Una parte de mi cree que siempre estaré en duelo, siempre faltará un trozo de mi corazón.
Y tú no entendiste que eso fue lo peor que le puede pasar a una persona. No entendiste que un duelo tiene espacios, un duelo necesita que una amiga te coja de la mano te obligue a peinarte y lavarte los dientes y te lleve a cenar. Un duelo tiene que te vayas a un pueblo donde no hay cobertura para obligarte a desaparecer.
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